Crisis
de civilización
Si por época de crisis
entendemos una época de transformaciones profundas, sí, sin duda. Somos
espectadores de reconversiones económicas, de cambios intensos en las
estructuras familiares, en los soportes de comunicación, en la genética, y
naturalmente en las formas de ver el mundo, en los comportamientos, en los
gestos… (y muchísimas otras cosas). Una constelación muy compleja de factores
(sin que ninguno de ellos sea determinante) produce esta “crisis”, que parece
conducir a “otra” cultura, “otra” civilización. La dificultad consiste en
determinar el grado de alteridad de “lo que viene”: ¿será como después de
Troya, como después de las “invasiones”, como después de la imprenta…? O
¿supondrá tal cambio cualitativo que en lugar de transformación tendría que
hablarse de mutación? (La
ciencia-ficción no nos ha ahorrado nada en este campo).
En cualquier caso, la incertidumbre es total y no creo que nadie pueda predecir lo que está por venir. Lo que está claro es que la conmoción de todas las estructuras es fuente de inquietudes y de miedos, que se manifiestan de modo aleatorio en los más distintos sectores de la sociedad. Otra de las incógnitas fundamentales consiste en saber cuánto durará el tiempo de la crisis, lo que resulta también un dato imposible de conocer (¿veinte años, tres siglos?).
El deseo de perduración, innato en el ser humano, nos lleva a anhelar que, a pesar de las transformaciones, podamos llegar al futuro nuestra tradición cultural, que sepamos conservarla y transmitirla (como por ejemplo hicieron los Padres de la Iglesia en el desierto de Siria y los monjes de los monasterios irlandeses altomedievales). Queda la pregunta acerca de si todavía existirá algún bardo que mire hacia atrás y sepa cantar con nostalgia nuestra canción.
En cualquier caso, la incertidumbre es total y no creo que nadie pueda predecir lo que está por venir. Lo que está claro es que la conmoción de todas las estructuras es fuente de inquietudes y de miedos, que se manifiestan de modo aleatorio en los más distintos sectores de la sociedad. Otra de las incógnitas fundamentales consiste en saber cuánto durará el tiempo de la crisis, lo que resulta también un dato imposible de conocer (¿veinte años, tres siglos?).
El deseo de perduración, innato en el ser humano, nos lleva a anhelar que, a pesar de las transformaciones, podamos llegar al futuro nuestra tradición cultural, que sepamos conservarla y transmitirla (como por ejemplo hicieron los Padres de la Iglesia en el desierto de Siria y los monjes de los monasterios irlandeses altomedievales). Queda la pregunta acerca de si todavía existirá algún bardo que mire hacia atrás y sepa cantar con nostalgia nuestra canción.
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