Edgar Morin
Llevado por el deseo de encontrar caminos para salir
de esta crisis, he leído La
Vía. Para el futuro de la humanidad de Edgar
Morin. Buscaba
soluciones que no fueran meros parches. Creía que la crisis no es solamente económica,
sino de ámbito mucho más amplio, una crisis de valores que exige reformas más
profundas y generalizadas. Y he encontrado en este ensayo de Edgar Morin -a pesar de algunos planteamientos discutibles- una
clarividente guía de hacia dónde debemos encaminar nuestro
futuro.
El libro está plagado de frases certeras y
contundentes que en más de una ocasión me han hecho pensar “eso es lo que quería decir yo”. He aquí una pequeña
muestra a modo de aperitivo:
“La clase política se
contenta con informes de expertos, estadísticas y sondeos. Ya no tiene un
pensamiento. Ya no tiene cultura. Ignora las ciencias humanas. Ignora los
métodos que serían aptos para concebir y tratar la complejidad del mundo”.
“El déficit de alimentación
que sufren ochocientos millones de personas en el mundo depende, sin duda
alguna, de la especulación, la corrupción, la destrucción de los cultivos de
subsistencia y la sobrealimentación de los países ricos”.
“De forma general, se trata
de reencajar la economía en lo social, lo cultural y lo humano, lo cual
significa, fundamentalmente, volver a colocar la economía en el lugar que le
corresponde como medio y no como fin último de la actividad humana”.
“… la evolución del
capitalismo desde 1990, y la incapacidad de los partidos de izquierda y los
sindicatos para ponerle freno, han conducido a una nueva explotación basada en
criterios de rentabilidad, de productividad, de rendimiento, de competividad.
EL
DIAGNÓSTICO
Comienza con una introducción general en que Morin
señala el objetivo del libro y hace un primer diagnóstico de la situación. Compara el devenir de
nuestro planeta con una nave movida por cuatro motores incontrolados: ciencia,
técnica, economía y afán de lucro. Por esto, la nave tendría una altísima
probabilidad de sufrir catástrofes. De ahí que el objetivo del libro sea enunciar la vía que puede
salvar a la humanidad. Porque ya no sería suficiente condenunciar o indignarse.
En su lúcido diagnóstico, Morin habla de “policrisis”. Evidentemente, hay crisis económica, debido a
la ausencia de verdaderos dispositivos de regulación y a la especulación del
capitalismo financiero más que al endeudamiento de la población. Hay crisis de
crecimiento, pues en nuestro mundo finito no es posible un crecimiento
exponencial: “La idea fija de
crecimiento debería sustituirse por un concepto complejo que comportase
crecimientos, decrecimientos y estabilizaciones diversas”. Hay
crisis ecológica, por la degradación creciente de la biosfera. Menciona también
Morin la crisis de civilización occidental, con su intoxicación consumista, la
sobrecarga de actividades, el malestar psíquico y moral, las desigualdades, el
individualismo… Y, por supuesto, hay una crisis política generalizada; en
primer lugar, por la inexistencia de autoridades legítimas dotadas de poder de
decisón a nivel mundial, algo imprescindible para tratar los problemas globales
de nuestra nave espacial Tierra; y después, por la incapacidad de la política
de controlar la economía.
LAS REFORMAS
Tras esta introducción, Morin pasa a analizar los
aspectos más problemáticos de la realidad y propone, para cada uno, una lista de reformas. En ocasiones concreta con detalle esas
propuestas reformistas y otras veces apunta nada más el camino que deberíamos
transitar. He aquí un intento de nombrar lo más significativo.
Insiste en
ideas como la comunidad de destino de la Humanidad, que nos llevaría al
concepto de Tierra-Patria, a ser ciudadanos del mundo sin tener que renunciar
-explica Morin- a las patrias particulares, pero con instituciones
supranacionales dotadas de poderes efectivos para prevenir guerras, para
establecer normas ecológicas y económicas, para luchar contra las
desigualdades, para regular los flujos migratorios… Insiste también en que en
nuestra civilización restauremos las redes de asistencia y solidaridad
perdidas, tan presentes en sociedades del Sur, porque el Estado del Bienestar
es indispensable pero no suficiente. Defiende la simbiosis entre lo mejor de la
civilización occidental y las aportaciones extremadamente ricas de las demás
civilizaciones. Defiende una política ecológica basada en las energías
renovables, en tansportes menos contaminantes; peatonalización de las ciudades,
desarrollo de las agriculturas tradicionales y biológicas. Trata del problema
del agua, de la necesidad de asegurar su calidad y el abastecimiento, para lo
cual propone el control público de la misma y convertirla en derecho humano. En
economía, propugna que el pensamiento político abandone el economicismo actual,
y con él la idea del crecimiento sostenible, y propone hasta diecisiete
reformas: medidas de regulación, fomento de economías de proximidad, desarrollo
de mutuas y cooperativas, microcréditos, comercio justo, bancos solidarios;
reforma de la empresa, en las relaciones entre las personas que la componen y
por la introducción de la dimensión ética en su quehacer diario… También
explica cómo disminuir las desigualdades Norte-Sur, qué tenemos que tener en
cuenta para intervenir en el Sur o, mejor dicho, intercambiar con ellos. Habla
hasta de Medicina. Alaba los grandes avances de la medicina occidental, pero
critica que relegue a las otras, que hagamos poco caso a las causas psíquicas
de las enfermedades y, sobre todo, la hiperespecialización: es el médico
generalista el que tendría que estar en la cúspide para tratar a la persona en
su contexto, no a un determinado órgano. Propone la utilización de genéricos
contra los precios prohibitivos, descentralización, fomento de la
hospitalización a domicilio y, en general, una mayor humanización de la
Medicina.
Dedica bastante espacio a analizar la agricultura y el
mundo rural. Constata el éxodo hacia las ciudades y las desigualdades que ello
produce -todo provocado por planes del FMI y el Banco Mundial. Denuncia la
posible desaparición de la mitad rural de la humanidad y de sus saberes.
Preconiza invertir hacia el campo los flujos migratorios con políticas de
revitalización del mundo rural. Se muestra contrario a la agricultura
industrializada por la cantidad de problemas que genera, entre ellos el del
agua, así como al neocolonialismo agrario y a los biocarburantes. Defiende la
regulación del mercado, el apoyo a los precios, las técnicas agrícolas
ecológicamente eficientes, la propiedad comunitaria de la tierra, un menor
consumo de carne, protecciones arancelarias para la soberanía alimentaria. En
conclusión, “es posible reinventar una agricultura
que garantice la calidad del agua, preserve la biodiversidad, combata la
erosión y alimente el planeta en cantidad y en calidad a la vez”.
Y otras
muchas ideas más, de diversos ámbitos: no renunciar a los “momentos de fiesta”,
instaurar certificados de garantía de productos libres de toda explotación,
aranceles para los países “esclavistas”, control sobre las multinacionales,
fomento del comercio de proximidad.
Edgar Morin
Pero, para Morin, las reformas tienen que ir aún más
allá. Habla también de reforma del pensamiento: “Nuestro modo de conocimiento no ha
desarrollado suficientemente la aptitud para contextualizar la información e
interpretarla en un conjunto que le dé sentido” ; el
hecho de que existan la alienación en el trabajo, el deterioro de la biosfera,
las armas de destrucción masiva… sería la prueba de que no hemos construido un
mundo racional y de que es necesaria una reforma del pensamiento. Junto a ello,
sería imprescindible una reforma de la educación: “La enseñanza que parte de disciplinas
separadas en lugar de alimentarse de ellas para tratar los grandes problemas
mata la curiosidad natural de todas las conciencias juveniles”. Morin enseñaría “Ecología de la acción”, “Introducción a los problemas
vitales”, “Iniciación a la contextualización”… Educaría para la era planetaria.
Y, para rematar su pirámide de reformas, Morin recalca
que en su cúspide han de estar las“reformas de vida”, la
columna sobre la que convergen las demás reformas en las civilizaciones
occidentales. Está claro que el bienestar material no ha
traído de por sí la “buena vida”, porque el verdadero bienestar no es
posesión. Así pues, indicadores como el PIB no valen para medir el Bienestar.
Tampoco el IDH, porque diplomas y ausencia de enfermedades son compatibles con
el malestar. En definitiva, apela a que todos redefinamos
nuestras verdaderas necesidades. Se trataría de conquistar un arte de
vivir que nos llevara en la medida de lo posible a la paz interior, a la
plenitud. Morin habla de regenerar nuestra relación con el cosmos, con la
naturaleza, del necesario sentimiento de pertenencia a la Tierra-Patria, y
también de compasión, fraternidad, perdón, amor, amistad, juego, sentido
estético.
Reforma de vida, ética, de pensamiento, de educación,
reformas de civilización y de políticas de la Humanidad. Todas son
interdependientes, “sus progresos les
permitirían dinamizarse mutuamente” , hasta regenerar el
mundo humano. Nunca se habla en el libro de la necesidad de una revolución
traumática o violenta para poner en marcha todo esto. Morin utiliza siempre
palabras como “reforma” y “regeneración”, habla de lograr no la
revolución, sino la metamorfosis. Afirma que “todo
ha empezado a transformarse ya sin que nos hayamos dado cuenta. Hay millones de
iniciativas que florecen en todas las partes del mundo” .
Debemos trabajar -continúa- para relacionarlas y unirlas. Tampoco habla de
utopía, la rechaza, hay que partir de un compromiso con la realidad para
modificarla. Nos pide ánimo para luchar contra las dificultades, que
provendrían de “estructuras
institucionales y mentales esclerosadas” y de “enormes intereses económicos” . Y a pesar de que estas ideas no están inscritas aún en una gran
pensamiento político de estructura planetaria, nos da otra pista de por dónde
podemos continuar: “El talón de
Aquiles del capitalismo, en una sociedad de consumo, es la conciencia y la
organización de los consumidores” , por lo que podríamos
crear “una fuerza política”, “asociaciones” o “ligas de consumidores”, que, con
el arma del boicot a las compras, avanzara hacia la Vía.
CONCLUSIÓN
Ilusión
En fin, mil análisis, mil ideas, mil afirmaciones…
Imposible resumirlo todo aquí. A mí me ha ilusionado. A
pesar de mis desacuerdos puntuales con algunas de sus afirmaciones, me gusta
su enfoque humanista.
Es la Vía. Sí, seamos optimistas, pensemos que esas
iniciativas aún aisladas de las que habla Morin terminarán cuajando. Pero qué
bueno sería un fuerte altavoz político para dar a conocer la Vía. Señores de la
izquierda: ¿qué hacen ustedes? ¡Es posible ilusionar a los
ciudadanos si se les explica bien estas ideas!